martes, 7 de abril de 2009

De espejos y lavabos

ilustración: hombre frente a espejo, maxgallinazo.

La idea inicial es lavarse la cara. Peinarse un poco. Verse los ojos. Y tardar el menor tiempo posible. Aunque ojalá fuera tan fácil.  

Me vi en el espejuelo, bajo una luz azul negruzca.  No quisiera ahorrarme la descripción de mi rostro. Soy un hombre barbado, de pómulos sobresalientes, piel bukovskiana.  Un típico viejo verde con el cabello largo y la nariz gorda. Aparento treinta años más de los que tengo.

Soy lo que se dice, un hombre de pocos recursos. Rostro más feo no conozco. Aunque realmente no conozco a nadie. Ningún rostro.

Y solo existe en frente mío el espejuelo. Y bajo el espejuelo un lavamanos pequeño, difuso en la noche tibia del bar. Suena rock and roll, se escuchan algunas voces. Pero el bar está solo. El bar soy yo.

Y yo soy apenas un tipo frente a un espejo.

Ahora me estoy lavando las manos. Acaricio mis dedos lentamente bajo el chorro de agua. Me siento erotizado. Me fijo en los alrededores del espejo. El muro es de ladrillo de tierra cocida, pintado quizá con un azul oscuro o un negro. El espejuelo tiene un marquito de madera, rojo. Te miras la barba. El pelo.

Qué despeinado estoy. Dios mío, quién soy. Quién diablos soy en realidad. Qué hago aquí, me pregunto mientras me lavo las manos. Y al mismo tiempo: ¿alguien pensará que demoro en el baño? Y a cada pregunta le sigue otra pregunta: ¿tengo el cabello tan claro como para ser objetivo al respecto y decir que el tono de mi cabello es claro?

Y mientras tanto me sigo viendo en el espejo. Me he quitado las gafas con la intención de echarme un poco de agua en la cara. El agua es fría, la pruebo con los labios. La beso.

Y me digo:

—Estás en el espejo. Eres una ilusión. Sacas tu lengua y dejas que pase el agua por los lados. La mueves un poco para aquí y para allá, al principio con timidez, apenas dejando ver la puntita de la nariz, luego con más confianza, sacando toda la lengua. Las manos mientras tanto subiendo y bajando a ratitos por agua.

Entonces le das la vuelta a la llave y te sacudes las manos. No has dejado de mirarte a los ojos, desafiante. Es posible que haya alguien detrás esperando el turno para lavarse las manos, te dices.

Ya me hubieran tocado el hombro amablemente, están en todo su derecho. Pensarán que estoy en orbita y tendrán compasión de mí.

Estoy en órbita, aquí boy. De viaje. Allá vas.

Mi cabina es ese espejuelo, estoy parado sobre la nada y veo ese espejuelo iluminado por una luz azul que sale de la oscuridad, bajo el espejo está el lavamanos, el tuvo que recoge el agua del lavamanos da una corta vuelta y se pierde en la noche sin estrellas. Y allí estoy yo. Girando. Viéndome de afuera. Con dirección a ninguna parte.

Es cuando irrumpe en la escena, violentamente, otro hombre con espejo y lavabo. Es decir, alguien de mi misma naturaleza, pero armado con una cuchilla de afeitar.

 A unos pasos de mí, el hombre con espejo cae con violencia, rompiéndose en la caía su espejo y su lavabo. Hay que recordar lo frágiles que son estos vehículos. Si el hombre se rompió algo en su aparatosa aparición, no sabemos. También sabemos lo frágiles que son los hombres.

Cualquier que me escuche o lea se preguntará cuál es la función de los espejos, dando por sentado que la utilidad del lavabo en estas circunstancias es un complejo enigma. Muchos como yo saben que los espejos sirven para descender.